Viernes por la mañana. Clase de yoga. Estamos ya al final de la sesión, los músculos distendidos, el cuerpo sobre el suelo en conexión con la tierra. Nada me preocupa, nada existe más que la sensación de unidad con la vida y mi conciencia. Estoy en paz, en calma. Soy. En el piso de arriba está la sala de pesas. Algún espécimen levanta más de lo que su cuerpo soporta. Eleva la barra hasta el pecho o por encima de los hombros, imagino, y colapsa. Tira la barra sobre el piso. El estruendo es tal que el piso tiembla. Puedo escucharlo y, sobre todo, sentirlo. El mantra sigue sonando por los parlantes de la profesora pero mi rostro ya no es el mismo. Siento la tirantez y la molestia en todo el cuerpo. En la sien sobre todo. La izquierda, donde suele concentrarse mi tensión. Intento concentrarme otra vez, nada me preocupa, nada existe, me digo. Otra vez el ruido y el temblor. Nadie dice nada. A la tercera, murmuro un insulto en español que nadie comprende. Mi cerebro se dirige a otros sitios. Imagino que la barra atraviesa el piso y le cae en la cabeza a alguien de la clase destrozándole el cráneo. Podría ser yo. La canción tibetana continúa Om mani padme hum, compasión y sabiduría. Pero yo ya estoy lejos. Ahora nada existe más que el deseo de acribillar al infame que infla sus músculos y me acaba de arruinar el día.
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Ayer falleció sorpresivamente la hija de otra amiga.
De qué me quejaba yo tanto antes de ayer.
Deudas

En un post que acabo de leer preguntaban qué libro cambió mi modo de pensar. Yo pienso que más que un libro, fue la secuencia de varios libros los que fueron marcando mi postura y mi filosofía de vida. Mi concepto de belleza fue marcado por poemas y narrativas. Pero mi formación intelectual -poca o mucha, no vengo a evaluarme ni compararme- está mucho más marcada por la lectura de ensayos y maestros. Entre los maestros que me enseñaron a pensar, mentores, siempre hablo de dos. Uno, Nelson, quien fuera mi profesor de historia. Y otra, María Esther Burgueño, profesora de literatura. Creo que ellos me enseñaron a cuestionarme el significado oculto de las cosas y desconfiar de los preconceptos. Con mis breves estudios de antropología aprendí el peso incalculable de la cultura en que vivimos y a maravillarme de esas cosas que damos por obvias como si fueran extrañas. Aprender a ver con ojos de extranjero. Eso me ha servido para aceptar la otredad y juzgar con menos rigidez. Y, por encima de todo, si tengo que hablar de libros no puedo hacerlo sin hablar de autores. Estoy en la obligación de nombrar a George Steiner y a Oriana Fallaci. Steiner me enseñó la belleza inconmensurable del pensamiento, el silencio, la música y el lenguaje. Fallaci, a poner en tela de juicio todo poder. Juntos, hicieron lo que soy hoy. A todos ellos me debo.
Horfandad
Como un huérfano hablando su lengua materna.
El grito mudo del desamparo.
Conclusión
Prosiguiendo este círculo vicioso
que son los pensamientos, las ideas,
en un contexto absurdo por demás
de actividades cotidianas, sin futuro
mundanales/inútiles/profanas
de allí
bien lejos del escurridizo espíritu
me abarca el genial descubrimiento
de que a fin de cuentas
lo único que yo por siempre quise
es saber qué carajo es lo que quiero.
Lost and found
And maybe, one day, we will find each other in this lost place.
Mind or mapping
En el último tiempo me he topado con varios artículos sobre los beneficios de la creación de mapas mentales (mind mapping). Parecería ser que se está investigando el modo de implementarlo en inteligencia artificial y otros medios de avanzada como forma de elevar los niveles de asistencia al cliente, tratamientos de enfermedades mentales, etc. Básicamente se trata de hacer el mapeo de lo que se nos pasa por la cabeza en un momento determinado y tratar de hallar un patrón. O eso fue lo que comprendí viendo las imágenes de internet. Me resultó una idea interesante y allí partí yo a mi escritorio -no demasiado lejos pero partir es un verbo que me gusta bastante- con mis marcadores y mi hoja de 300gr.
Comencé por el centro. Lo que creí que sería el centro. Pero a medida que avanzaba las ramificaciones comenzaron a expandirse en todo sentido sin control. Lo que debería obtener una cierta semejanza con el fluir de la información entre neuronas, una conexión comprensible entre el pasaje de un elemento a otro, se fue convirtiendo en un nudo. Pero no un nudo as de guía, práctico, que sabe aliviar la tensión. Este era un nudo constrictor, de esos que puede que no lo desates jamás no importa cuánto lo intentes. Y hasta doble.
No hay caso. A mí me robaron el GPS al nacer.
Me declaro Polymath
Y lo explico solo para que comprendan por qué no puedo responder a la pregunta a qué me dedico o qué profesión tengo.
Una vez comprendido esto, no me pidan más definiciones.
Solo la nada es inmediata.
Todo lo demás toma tiempo.
Diciembre
Mi madre no tenía la sonrisa fácil, pero ese día rio con ganas y es uno de mis más lindos recuerdos. Era una mujer de ritos y manías. Por ejemplo, fines de diciembre. Resultaba totalmente inadmisible comenzar un nuevo año sin deshacerse de los restos del anterior. “Lo que no se usa dos o tres años, se va de mi casa”, decía. Ocurría que luego de deshacerse de algún objeto se lamentaba a los pocos días pues lo más probable era que entonces le hiciera falta. Y ya era tarde. Entonces maldecía su mala suerte con palabras que yo adoraba escuchar de su boca pues eran escasas las oportunidades en las que se permitía un insulto o consentía soltar su lengua a gusto, dejando adivinar cierta pasión oculta, la sangre que corría por sus venas, que yo intuía y ella luchaba por mantener bajo llave, como si se pudieran almacenar también los sentimientos, clasificarlos, ordenarlos, sacarles el polvo y hasta regalarlos. Entonces juraba que ya no volvería a tirar nunca más nada y esa promesa le duraba exactamente trescientos sesenta y cinco días si no era año bisiesto. Algunas cosas se las llevaba Alfonso para la gente del campo, otras se donaban y muchas acababan en la basura. Era incapaz de cumplir su promesa y volvía a hacer lo mismo cada año como si alguien le cobrara por metraje el espacio que ocupaban en casa que, además, hacía tiempo le pertenecía a ella y no al banco.